martes, 4 de marzo de 2014

Semblanza de D. Eduardo Granda Granda SJ, Director espiritual del Ramiro de Maeztu de 1.950 a 1.984, por Manuel Rincón y José Enrique García Pascua


Mis primeros recuerdos de D. Eduardo Granda, son de un sacerdote medio pelirrojo, más bien grueso, con sotana y una banda morada, que chillaba mucho. Se le conocía con el apodo de “El Cura”.

Le vi por primera vez en la Iglesia del Espíritu Santo, en la preparación de la Primera Comunión en el año 53. Fue siempre una persona muy polémica y para unos un santo y para otros un demonio.

Me impresionaron sus gritos. Su mensaje teológico no estaba preparado para entenderlo entonces. Procuré no hacer nada que excitase su potencia acústica, y siempre le vi con un cierto miedo, una especie de nuevo Júpiter Tonante. 

Después de la comunión, donde de nuevo sus gritos resonaron en la bóveda del Espíritu Santo,  ya no le vi más hasta empezar el bachillerato. En primero tenía una hora a la semana, donde nos preparaba para ser cruzados. A mi aquello solo me trajo una medallita y un carnet, pues no fui objeto de sus gritos en ninguna ocasión. Supe que era asturiano. En las misas del Espíritu Santo dirigía los rosarios y al final de curso era el que presidía la procesión mariana que culminaba en la imagen de la Virgen al fondo del recinto.
Se ocupaba de una capilla que había en la segunda entreplanta y tenía un pequeño cuarto a modo de despacho.

Hasta quinto no tuve más contacto con él. En quinto hice unos ejercicios espirituales y pasó a ser mi director espiritual, por lo que frecuente más las conversaciones con él.

Visto en la distancia creo que era un sacerdote convencido, pero sus métodos aún entonces, se acercaban más al Concilio de Trento que al Vaticano Segundo.

Seguí viéndole en sexto y preu. Ya sabía que había fundado una Congregación Mariana, que había un grupo de universitarios y otro de profesionales y que teníamos a nuestra disposición un círculo universitario en Diego de León.

Yo guardo un recuerdo respetuoso de él. Era una persona convencida de sus métodos y de la eficacia de los mismos, y poco dado al diálogo. A mí jamás me gritó, pero a otros como Gómez Lobo, los tuvo fritos.

Luego ya no frecuenté su compañía. No le vi más. Supe que había muerto a los 75 años, y que dejaba tras si un grupo de más de dos mil personas funcionando, lo cual ya merece un respeto y un análisis.

Este año se que se cumple el centenario de su nacimiento. Creo que es de ley hacer un pequeño recuerdo de él en estas páginas, pues también influyó en muchos de nosotros.

Descanse en paz. 17.04.12 Manolo Rincón.




La filosofía moral del Padre Granda, por José Enrique García Pascua.

El renacimiento de la promoción 64 me ha deparado la gozosa posibilidad de reencontrarme con viejos amigos de los que hacía tanto tiempo que no tenía apenas noticias. El otro día Pepe Blanco y yo pudimos darnos un abrazo en Madrid, y, para celebrar esta ocasión, Pepe me regaló el libro que los Grupos Loyola han editado con el fin de conmemorar el centenario del nacimiento del P. Granda. Su lectura me ha permitido actualizar el recuerdo que guardo de este hombre singular y me ha despertado las ganas de escribir sobre aquello que de él aprendí y que todavía influye en mi pensamiento, a pesar de la cantidad de años que hace que abandoné su grupo, después de enviarle una carta de agradecimiento por sus enseñanzas, y a pesar de la deriva espiritual que, desde entonces, me ha llevado por otros caminos y otras inquietudes.

Aún conservo la tarjeta de la Peticiones que Eduardo Granda, el Cura, nos daba a todos y que él consideraba su testamento. Dichas peticiones consistían en pedir a Dios ayuda para que el orante lograse incorporar a su propia existencia una serie de virtudes, en primer lugar, las teologales, fe, esperanza y caridad, y, luego, aquéllas que conforman una manera de ser que rememora el ideal del sabio que proponían los clásicos, el ideal del sabio que sabe dominar sus pasiones y ordenar su vida: la pobreza de espíritu, la humildad, con especial énfasis en la idea de que somos limitados, de que no podemos siempre lograr lo que nos proponemos. “La libertad viene de comprender los límites de tu propio poder y los límites naturales establecidos por la divina providencia”, decía Epicteto, aunque Granda lo atribuía a la indiferencia ignaciana. A continuación, figura una curiosa petición, que caiga en mi sitio, que, de nuevo, nos lleva a Epicteto: “Aunque no podemos controlar el papel que se nos asigna, nuestro afán debe ser interpretar el papel asignado tan bien como sea posible y abstenernos de quejarnos del mismo”. 

Para terminar, nos encontramos con el ruego de que sea capaz de obrar con competencia y honradez profesional, ruego que también tiene resonancias estoicas: “El mérito personal no puede alcanzarse mediante la relación con personas de gran excelencia. Te ha sido encomendada una labor que debes llevar a cabo. Ponte manos a la obra, hazlo lo mejor que puedas y prescinde de quien pueda estar vigilándote” (Epicteto).

En definitiva, el P. Granda nos instaba a obrar siguiendo esas exigencias éticas que los antiguos consideraban que permitían alcanzar la serenidad del alma, por encima de las zozobras cotidianas. En la sociedad que nos ha tocado vivir, la indiferencia ante la salud o la enfermedad, la pobreza o riqueza no es, desde luego, frecuente, sin embargo, ya desde sus primeras charlas en el “Ramiro”, Granda nos encaminaba hacia un vía de perfección personal, un camino que se hace al andar cuando uno prescinde de la ambición y del deseo de placer desmedido en aras de una vida de sencillez y desprendimiento.

Una de las referencias preferidas del P. Granda era la siguiente: “Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán” (Mt. 6, 33-34). He aquí el ejemplo de cómo encontraba Granda en las Escrituras inspiración para recomendar que se acepte la propia limitación y el inevitable orden cósmico (que se traduce al castellano por “la divina providencia” en la cita de Epicteto recogida más arriba).

El mérito del P. Granda no proviene simplemente de sus enseñanzas, sino que –como acontece con todo auténtico maestro de moral que en el mundo ha sido-– su meritorio trabajo consistió sobre todo en convencernos de que, en efecto, aquél era un camino de perfección y, de este modo, conseguir que asumiéramos tales prescripciones, las incorporáramos a la vida de cada uno y obráramos en consecuencia. Ahora bien, lo que a mi parecer constituye la principal enseñanza del Cura no se recoge en las Peticiones propiamente dichas, sino en el imperativo categórico que las encabeza:

BUSCAR, AMAR, SEGUIR LA VERDAD.

Un imperativo categórico –de acuerdo con la reflexión de Manuel Kant– te ordena obrar correctamente sin buscar con ello ni la felicidad ni el bien supremo, sino únicamente lo que es tu deber. Según Kant, el imperativo categórico reza: “Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación universal”, es decir, que las máximas con las que guíes tu vida han de emanar de tu voluntad (moral autónoma), pero, para ser lícitas, es necesario que emanen de una buena voluntad (ética del deber): no cabe otorgarte a ti mismo otra máxima que aquella que puedas querer que, al mismo tiempo, sigan los demás.

La primera máxima que deduce Kant de su imperativo categórico es: “no mentiré”, pues, en efecto, no puedo querer otra cosa –“mentiré”–, ya que la falta de verdad elevada a principio de legislación universal haría imposible la convivencia entre los hombres; por lo tanto, quien miente obra con mala voluntad, aunque la mentira le reporte beneficios, y alguna forma de felicidad.

El imperativo categórico, tal como lo presenta Kant, es una fórmula razonable (comprensible para la razón práctica), y, de hecho, viene a equivaler a la inveterada regla de oro: “no quieras para otro lo que no quieres para ti”, pero parece que únicamente habla a la razón, y no a los sentimientos. Acaso por eso, el P. Granda prefirió saltárselo y acudir directamente a la primera máxima de la voluntad, “buscar la verdad”, para convertirla en su imperativo categórico. En realidad, quien es fiel a la verdad no puede obrar con mala voluntad.

Jesucristo transformó la regla de oro en otra que, diciendo lo mismo, añadía el sentimiento al mero mandato racional y proclamó: “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt. 22, 39). El P. Granda, como buen cristiano, no podía obviar el mandamiento del amor y, consecuentemente, no se limitó a exhortarnos a buscar la verdad, sino que también nos exhortaba a amarla y, desde luego, a ponerla en práctica. De este modo, “buscar, amar y seguir la verdad” se convertía en una ley que interiorizamos, y, así, vivenciamos que no bastaba con ser veraces, sino que el más elevado valor era precisamente el amor a la verdad. Decir la verdad era obligado para quien quisiera actuar conforme a la buena voluntad, pero, a la vez, todo nuestro ser se volcaba en el amor a la verdad y el odio a la mentira.



Si dificultoso resulta llevar una vida sencilla y de desprendimiento en esta nuestra sociedad de consumo, aun más difícil es la veracidad en el seno de una sociedad hipócrita en la que los gobiernos pretenden que bombardear a los pueblos vecinos es la mejor manera de defender los derechos humanos, el triunfo social viene de la mano de trampas y argucias y, finalmente, casi todo el mundo practica el autoengaño, con el objeto de tranquilizar su conciencia o eludir responsabilidades. Espero que tantos discípulos como dejó en esta tierra el trabajo del P. Granda mantengan su fidelidad al maestro y busquen, amen y sigan la verdad. Como decía este hombre: “Seamos honrados usted y yo y habrá dos sinvergüenzas menos en el mundo”, pero, como también decía este hombre: “Cada cual vea”. Yo, por mi parte, he de afirmar que no otra cosa sino el amor a la verdad es lo que me guía en mi perenne búsqueda del Absoluto.

Torrecaballeros, 3 de julio de 2012.



NOTAS DE EMILIO RICO A JOSÉ LUIS TORRALBA (57) EN RELACIÓN CON EL PADRE GRANDA. ABRIL 2.016


Con tu buena memoria te acordarás de José Luís Benítez. Es, o era, de nuestra promoción, aunque creo que del curso B. José L. Benítez ha sido un tío estupendo y un buen amigo mío. Murió hace pocos años.
Pues este hombre escribió un libro titulado “Andanzas de un hombre que anduvo por la tierra” y que es una biografía del Cura. Lo tengo en casa y he estado mirando lo que tú has preguntado.
El Cura nació en el año 1912 en Gijón. Llegó al IRM en 1948 en que le invitaron a dar una tanda de ejercicios a los chicos de 5º. Luego siguió dando unos ejercicios internos a los de 5º, 6º y 7º. Le nombraron director espiritual el 16 de diciembre de 1949. Y luego todo lo demás.

Como no disponía de una capilla se habilitó un cuarto grande que servía de trastero entre el 2º y el 3º piso. A los dos meses estaba ya pensando en que habría que poner una buena imagen de la Virgen. Le encargó el trabajo a José Luís Vicent Llorente, que  a la sazón (nótese la expresión) tenía 24 años.  En 1950 ya estaban los primeros modelos en barro y poco después el definitivo. Para pagar al escultor se hizo una suscripción: 15 pelas para los alumnos del instituto y 5 para los de la Prepa.



2 comentarios:

  1. Para mi, Granda era Jesus impersonandole, constantemente entre nosotros. No se acercaba hacia nosotros con su inteligencia, su retorica su religiosidad...nos cedia su propia vida y su incondicional afecto y sacrificio. Una Misa en privado paara mi, solo, fue su oracion por este Oguiza, antes de irme a Barajas, para tomar un vuelo a N York, y no volver mas. Si bueno y listo, pero despistado que yo era....Ahora, a mis 84, lo se tan firmemeente como entonces...Y se que hay miles de nosotros que lo saben tambien

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  2. Quien esto escribe no es anónimo, es Tomás Oguiza alumno del año 1.953. También ha escrito algunos comentarios en la semblanza del Padre Ignacio. Si lees esto te ruego nos pongas un mail al correo del blog 1108dos@gmail.com Soy Vicente Ramos, alumno de la promoción de 1.964 y editor del blog. Muchas gracias.

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