María Luisa Serigna


María Luisa Serigna apareció por el Ramiro en enero de 1959. Era profesora de inglés, muy joven, muy guapa (creo que había unanimidad de criterios en cuanto a eso, aunque también era verdad que a nuestros inocentes ojos una escoba desteñida nos habría parecido sexy) y muy desconfiada. La contrataron para realizar una suplencia hasta que acabara el curso, aunque pese a ser consciente de que sus días en el Ramiro no sólo estaban contados, sino que serían efímeros, desde el primer día se tomó muy en serio la tarea de desasnar a los untermenschen que habíamos elegido el inglés contra la tendencia general de los tiempos, el pugnetero francés del que jamás llegué a entender ni papa (es lo que pasa cuando te lo explica una madame incompetente).

En primero no se daban 'lenguas extranjeras modernas' (lo he comprobado en el libro escolar; os aseguro que según lo hojeaba me daba una especie de ju-ju retrospectivo). En segundo sí había inglés y francés, aunque a los que habíamos tirado por lo primero nadie nos hacía caso. La llegada de la Señorita Serigna (era como la llamábamos, con el mayor respeto y como a todos los demás profesores, aunque fueran muy pocos quienes de verdad llegaron a ganárselo; por lo menos, el mío) causó sensación, ya que por entonces, y en materia de profesoras, el Ramiro parecía abastecerse en los peores aquelarres del país.

Era menuda, grácil, de voz muy melosa y de acento derritiente (no podía ser de otro modo, siendo medio cubana), aunque puedo asegurar y aseguro que tenía una mala leche colosal. Al conjunto de todo ello se debió que me enamorase de ella hasta donde crujen los remaches, los del alma (todavía no sabía que yo no tenía de eso). Os lo explico:

A los 'de inglés', al ser muy pocos, se nos daba clase en un aula situada en los confines del Ramiro, grande, desolada y gélida, donde los profesores se situaban sobre una plataforma muy alta (creo que Cerdán ya la describió, y mucho mejor que yo), gracias a lo cual había que ser un santo (creo que ninguno de nuestros numerosos curas dio inglés allí; de haberlo hecho quizá hoy serían otra cosa) para no estar pendiente de los mareantes cruces de piernas de la Señorita Serigna. Eso aparte yo seguía sus explicaciones en un nivel de concentración cuasi místico (debía ser cosa de las hormonas; cerca ya de cumplir 12, debía tenerlas como cucarachas); los que me conocen saben que esa especie de Estado Alpha en que me adentro cuando estoy de veras concentrado puede ser tomado con gran facilidad por un profundo sueño, y eso fue lo que debió pensar la Señorita Serigna cuando una tarde soleada, con los almendros ya floreciendo y los pajaritos piándoles cochinadas a las pajaritas, nos explicó durante media hora los insondables misterios del genitivo sajón. 

Recuerdo mi profundo sobresalto cuando con voz nada melosa me llamó al estrado:

"Ahora, Señor Arenas, nos va Vd a explicar qué es el genitivo sajón, si es que se ha enterado de algo"

Horrible, ¿verdad? Era lo que hacía el temible Brañas cuando quería saber si tú sabías qué venía detras de rosa, rosae, o de puta, putae (con el acentazo marismeño que tenía nunca estuve muy seguro de lo que decía). Me miraba como una cobra a un ratoncito, en pie, los brazos cruzados, la boca firmemente cerrada y una expresión general como de fusiladora, pero no tardó en dulcificarse según me oía repetir todas sus palabras, sin dejar una, como si las hubiera registrado en una grabadora (el amor, ya se sabe; nos condena sin remedio a ser unos capullos). Cuando acabé ya no tenía los brazos cruzados, ni el gesto era el mismo. Tampoco hizo gran cosa, salvo pedirme el diario; segundos después supe que sería suyo de por vida cuando la vi ponerme un DIEZ. No uno cualquiera; uno de letrazas enormes, como si así quisiera disculparse por lo mal que había pensado de un servidor sin otro motivo que verme dar aparentes cabezadas.

Inglés se convirtió en mi asignatura favorita (espero seáis generosos y me disculpéis el sectarismo), al punto que me puso a final de año lo más que me podía poner (un 9,5; según me dijo, la matrícula de honor tenía que ser para uno de francés). Tras la última clase pensaba, con el corazón desgarrado, que no la vería nunca más, pero los milagros existen, por muy ateo que ya se haya vuelto uno, y el día de ir a buscar el diario me la encontré a la salida del Ramiro, cargada con unos cuantos libros. Mi audacia no me daba para mucho más que ofrecerle mis humildes lomos para transportar la carga, a lo cual accedió encantada. Vivía no muy lejos, en un chalecito de El Viso que funcionaba como una residencia de solteras. Cargado como una mula y echando el bofe caminé junto a ella lo que a mis músculos le parecieron miles de kilómetros y a mi hechizado corazón dos o tres minutos. Por el camino me contó su vida, de la que no recuerdo nada. Sólo que se iba de viaje no sé adónde, ante lo cual le pedí, balbuceando bastante, que me mandara una postal. No debió parecerle mala idea, porque apuntó mi dirección con toda naturalidad y siguió hablando de sus cosas. Al llegar a su casa me despidió tan amablemente como siempre y ahí fue donde pensé que la vida dejaba de tener sentido para mí. Para mi sorpresa, semanas o meses después me llegó una postal, me parece que de Roma. Gracias a eso puedo afirmar que se llamaba María Luisa Serigna, y no Seriñá, como afirmaba en su librajo el padre Alvira (en su concepción de la españolidad no había sitio para la gn; todo debía ser ñ; es la misma concepción que llevó a la Real Academia a pontificar que el cognac de Jerez debía llamarse 'jeriñac', y también a que si alguien entraba en un bar y decía que quería jeriñac le señalaran el fondo a la derecha).

Por lo demás puedo aseguraros que aquel amor de 11 años, o 12 recién cumplidos, jamás se me fue del todo de la memoria. Después he padecido unos cuantos más, en absoluto tan idílicobucólicos, pero en alguna ocasión me he sorprendido pensando que, después de todo, sería bonito que lo del Más Alla fuera verdad. Así podría encontrarme con María Luisa Serigna y volver a pedirle, ruborizado hasta el ombligo, que me permitiera llevarle los libros.


(c) Ildefonso Arenas
ildefonsoarenas.blogspot.com.es




6 comentarios:

  1. Siento contradecirte, compañero Alfonso, pero el “nombre oficial” de la que fue “vuestra” profesora de inglés (yo era de francés, ¡una más de mis equivocaciones!), y como tal aparece en la relación de catedráticos de Institutos de Enseñanza Media, publicada en 1964, es María Luisa Seriñá Aguirre (así, con “ñ”).

    Sacó la cátedra y obtuvo su primer nombramiento el 10 de Agosto del 63, y fue destinada a un instituto mixto de Jerez de la Frontera.

    Un año después pasó al femenino de Pamplona. Posteriormente, en el 68, pasó a Aranjuez, para finalmente regresar a Madrid, donde estuvo primero en el Instituto “Simancas” y luego en el “Emilia Pardo Bazán”, en 1973.

    Como curiosidad indicaré que su DNI es el más bajo que hasta ahora he visto….

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  2. He llamado, hace unas horas, al teléfono que me dio Paco Acosta, nuestro Sherlock Holmes particular e implacable localizador de ilocalizables. Me daba pereza llamar, porque en el mejor de los casos hablaría con una profesora dulcemente idealizada que hoy tendría, de aún estar aquí, más de 80 años. No llegué a hablar con ella. Vive, sí, me dijo la amable señora que contestó, pero como si no viviera, porque hace tiempo que se la llevaron las depresiones y el Alzheimer. Intento olvidar cuanto antes esto que me han dicho. No quiero que nada me contamine el recuerdo esplendoroso de una preciosa mujer de veintipocos años, la que una tarde de primavera me puso un diez en el diario sólo porque mi manera de decirle que la amaba fue aprenderme al pie de la letra el genitivo sajón de los demonios.

    En su DNI pondrá lo que sea, pero en la postal que me envió, creo que desde Roma, decía María Luisa Serigna. Ése nunca dejará de ser su nombre para mí. Quizá encuentre algún día esa postal perdida, entre viejos papeles guardados en alguna caja de zapatos olvidada en el fondo del trastero. Si eso sucede no os la mostraré, porque en realidad no necesito buscarla. Sigo viéndola con los ojos del corazón, los del niño de 12 años que tenía yo entonces, y quieran los dioses que no se me cierren antes que los otros, los de arriba, los de mirar este mundo que nos rodea y que, por muchas maravillas que nos ofrezca, nunca podrán devolverme la mirada del niño que una vez fui.

    Arenas, el de 2ºA

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  3. ¡Vaya tela lo que se encuentra en Internet! María Luisa fue mi primera profesora de inglés. Aunque yo me enteré que ese era su nombre mucho después de conocerla. Es una amiga de una tía mía y un verano se ofreció a darnos clase en su casa a uno de mis hermanos y a mí. Ella puso hasta los libros y cuadernos de ejercicios. No pasamos del libro verde pero años después me sirvió para de un tirón colarme en cuarto nivel de un curso intensivo de verano. También tuve la suerte de que hiciera de cicerone en mi primera visita a Madrid cuando acabé COU el año del mundial de fútbol en España. Todavía me acuerdo del viaje de vuelta metidos mi tía, ella y yo en el coche con tantas maletas que yo, que iba detrás, ni podía respirar. Cuando venía a casa por Navidad o nos veíamos en verano los primeros días le costaba trabajo entendernos y eso que nuestro acento andaluz no es cerrado. Yo le decía que en realidad las dos españas son, por un lado los que entienden a Los Morancos y por otro los que no. Y ella contaba cuando llegó a Jerez y allí sí que no entendía lo que le decían. Muchas gracias por tus palabras. Estoy seguro que hasta se habría acordado de ti si las hubiera leído. Un saludo,
    Rafael

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  4. Deciros que María Luisa Seriñá falleció ayer, 21 de Julio de 2017

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    1. Lamentamos de todo corazón su pérdida y acompañamos en su dolor a sus familiares, amigos y a todos sus alumnos.

      Si nuestro anónimo informante , que suponemos tenía contacto directo con nuestra querida profesora, fuera tan amable de ponerse en contacto con nosotros a través del mail 1108dos@gmail.com podríamos ampliar su semblanza.

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  5. La noticia de la muerte de la Profesora Serigna me lleva a revivir lo que sentí al llamar a su casa el 21.3 de hace cuatro años, y que podéis leer más arriba. Según me dijeron llevaba muchos años desaparecida, como desaparecen los que caen en las garras del Alzheimer. Si algo adicional soy capaz de sentir es alegría por que al fin se haya liberado, porque vivir presa del Alzheimer no es vivir, es estar muerto en vida. Lo que sí puedo decir es que mis palabras de hace cinco años, cuando escribí la semblanza de nuestra profesora, siguen significando lo mismo, porque ni he olvidado lo que representó para mí en aquellos meses lejanísimos de 1959 ni creo que lo vaya a olvidar en el tiempo que aún me quede. María Luisa Serigna, para mí, fue una estupenda persona digna de ser recordada por quienes la pudieron disfrutar en vida, incluso si eran tristes niños de once-doce años que veían en ella alguien en quien soñar.

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