Tomás Alvira


Mis recuerdos de D. Tomás Alvira

Por Cornelio Abellanas Oar

Después del memorable encuentro de ayer en Valencia con 25 compañeros de la promoción y de ver las excelentes colaboraciones que he visto en el Blog he decidido poner mi granito de arena rascando en el baúl de los recuerdos.

Tuve a D. Tomás de profesor de Ciencias Naturales en 5º B y de Biología en Preu A.

Posiblemente sea el mejor profesor que he tenido no solo en los distintos colegios donde he estudiado el bachillerato sino también en la carrera y en la vida profesional. 

Y ¿qué le hacía tan buen profesor? En mi opinión 6 características:

1.     Un gran dominio de la asignatura
2.     Buena preparación de la clase y de las prácticas
3.     Claridad y estructura en la exposición
4.     Pasión por enseñar: disfrutaba enseñando
5.     Una presentación atractiva de los distintos temas
6.     Un afecto paternal por sus alumnos

Disfruté y aprendí mucho tanto en 5º como en Preu. Su especialidad era la Edafología y aún le recuerdo explicándonos la importancia de los oligoelementos en los campos de labranza. Hablaba muy pausadamente y con claridad paseándose entre las mesas y resultaba fácil tomarle apuntes. Hicimos bastantes prácticas a lo largo del curso y hay anécdotas que no se me han olvidado.

Cada práctica era una nueva sorpresa. Un día al llegar a clase estaban los dos pilones del fondo de la clase llenos de ranas del tamaño de un puño: una para cada uno. Vimos cómo circulaba la sangre por los capilares en las membranas interdigitales con una lupa binocular. Otro día teníamos un corazón de oveja cada uno para diseccionar. Por cierto, yo decidí quitarle al mío unos pellejitos que parecía que sobraban  y me cargué las dos aurículas con sus válvulas correspondientes: menos mal que no me metí a cardiólogo. También diseccionamos un ojo de vaca (más de uno se fue con el ojo chorreante en el bolsillo involuntariamente). Usamos mucho el microscopio y aprendimos a hacer preparaciones de tejidos vegetales.

Cogí una gran afición a la Biología. Conseguí que mi padre me comprara un microscopio (recuerdo que era de marca Roan) y me fabriqué un microtomo con el Meccano para hacer secciones de hojas y tallos con una cuchilla de afeitar (no recuerdo el sustituto que usé para la médula de saúco). Si no fuera por mi afición a las matemáticas y a la técnica probablemente habría acabado en Biológicas. 

Dábamos la clase en el laboratorio de Ciencias que tenía una jaula con pájaros empotrada en la pared. Un fin de semana alguien trajo un búho y se le ocurrió meterlo en una de las jaulas y al día siguiente estaba el búho todo circunspecto pero de los pajaritos solo quedaban las patas y las plumas. A partir de entonces alimentábamos al búho con ratoncillos que conseguían los del internado.   

El nivel de la biología que estudiamos en Preu me fue de mucha utilidad en la asignatura de Selectivo que tuve con Rafael Alvarado en la Complutense. Muchos de los mecanismos vitales: función clorofílica, el sistema sanguíneo, la digestión, el sistema inmunológico, etc. los aprendí de D. Tomás con tal rigor y claridad y aún me queda algo medio siglo más tarde. 

Hoy en día intento aplicar algo de los sistemas de autocontrol biológicos en los procesos industriales y de gestión administrativa pero aún nos queda mucho por recorrer para imitar a la madre Naturaleza. 

Para mí la Biología tiene un nombre: Tomás Alvira


Semblanza de D. Tomás Alvira

por Alberto Portolés


La última vez que vi a don Tomás Alvira fue en agosto de 1975. Era el día de la ordenación sacerdotal de su hijo Tomás, también antiguo alumno del Ramiro. Allí nos encontramos un nutrido grupo de sacerdotes acompañando a Tomás. Más tarde en un pequeño aperitivo, don Tomás, visiblemente emocionado quiso hacerse una fotografía con todos nosotros. Nunca he visto esa fotografía, pero fue un momento particularmente señalado. Realmente no me dio nada más que algunas clases de Ciencias Naturales, pero cuando estudiaba 2º de Biológicas y había hecho un pequeño club de ciencias con chicos de bachillerato fui a verle y a pedirle consejo de cómo llevar esa actividad. Me atendió con cariño, me prestó unos libros y me invitó a que fuera con los chicos a visitarle al laboratorio y así lo hicimos.

Tomás Alvira, nacido en 1906 en Villanueva de Gállego, un pequeño pueblo a doce kilómetros de Zaragoza, es una figura que ha quedado grabada en la biografía de miles de personas como el maestro, como ocurría con muchos profesores del Ramiro. Pasado los años, en Murcia, conocí a una señora, que resultó ser la señorita Almendral, una de los discípulas de don Tomás, fue a ella a la que le oí los mejores elogios profesionales de don Tomás.

Dejo pasó a Tomás Alvira hijo:  “Cuando mi padre tenía nueve años, mi abuelo, que era maestro de la escuela de Montemolín, un barrio de Zaragoza, le pidió que diera una clase a los niños de siete años. Quería ver que tal se desenvolvía. Era una escuela de niños, situada en un edificio bastante grande, de ladrillo visto, con dos viviendas para profesores, y huerto bastante grande regado por una acequia.

—Explícale los ángulos —le dijo el abuelo, aparentando que se marchaba de clase.

Mi padre se dirigió a la pizarra y dibujó dos circunferencias y cuatro rayas, como si fueran dos esferas de reloj. Y empezó a explicarles los ángulos rectos, agudos y obtusos: mirad, esto son las tres, las cinco, las seis. Los alumnos le seguían entusiasmados.

Ésa fue su primera clase.

Parafraseo ahora una biografía suya publicada hace una década:

Le gustaban los toros —“Yo he visto torear al Gallo”, nos decía— y durante los años de la Gran Guerra Europea, cuando todo el país, hasta los niños, se dividió entre aliadófilos y germanófilos, él, siguiendo los pasos de su padre, apoyaba al Kaiser y llevaba una insignia con la bandera alemana...”.

Hizo el Bachillerato en el Instituto de Zaragoza y en 1922 se matriculó en Químicas. Fue profesor, a partir de 1928, en diversos centros: dio clase en un colegio de Escolapios; fue ayudante de cátedra del Instituto de Logroño; profesor auxiliar de la Escuela de Peritos; profesor del Colegio femenino La Enseñanza; Director Técnico de la Academia Politécnica, etc.

En 1934 le eligieron Director del Instituto de Cervera del Río Alhama, que tenía un claustro de profesores donde estaba representada toda la gama política del momento —desde los radicales de izquierda hasta los de derecha—, lo que revela su talante dialogante y conciliador. Sabía moderar situaciones, quitar tensión a los problemas y afrontarlos desde el punto menos conflictivo para llegar a un acuerdo.

En una biografía suya leí lo siguiente: “su ausencia total de fanatismo, aunque vivió épocas en que abundaba el radicalismo más exacerbado. Pensaba que las utopías de izquierda desconocían la naturaleza del hombre, su sentido, y sus valores más inalienables; a la derecha la calificaba de mediocre, sin nervio y originalidad para resolver los problemas de la sociedad, porque en el fondo era medrosa y codiciaba sus privilegios... Sin excepcionales entusiasmos por la monarquía, la aceptó y respetó cuando llegó el momento”.

En las primeras semanas de julio de 1936 se trasladó a Madrid para presentarse a las oposiciones de agregado de Instituto. Comenzó las oposiciones con buen pie: al terminar el cuarto ejercicio sólo le aventajaba otro opositor. Empezó a hacer planes: en cuanto terminara la prueba final, que no tenía mayor importancia, se volvería a Zaragoza y se casaría con Paquita, una antigua alumna de su padre en el Grupo escolar “José Gascón y Marín”, a la que había conocido en enero de 1926 durante un viaje de estudios a Barcelona.

Pero pocos días después, en la mañana del sábado 18 de julio, la radio anunció la insurrección de los militares. Las oposiciones se aplazaron sine die y España se dividió en dos. La existencia de Alvira, como la de tantos españoles, también.

Los mandos del Cuartel de la Montaña se aliaron con los insurrectos. El domingo 19 una muchedumbre atacó el cuartel, se apoderó del armamento y la munición, y regresó celebrando la victoria por la Gran Vía. Tomás contempló el paso eufórico de aquellas gentes con desasosiego. Se hablaba de saqueos y pillajes, y el ambiente anticlerical presagiaba otro capítulo más de la siniestra tradición de las revoluciones del siglo XIX y comienzos del XX, desde los atropellos de la “francesada” hasta el “Corpus de Sangre” barcelonés. Como de costumbre —triste costumbre— se mezclaban cuestiones políticas, religiosas y sociales. Y por una “tradición” atávica y salvaje, se comenzaba a incendiar iglesias, y a asesinar a sacerdotes y monjas. 

El 1 de abril de 1937 escribe una carta a Paquita, felicitándole por su cumpleaños. “Nueve meses sin vernos, más de seis sin saber de ti, ni de nadie de mis seres queridos, hacen que este día se mezclen en mi alma los sentimientos más dispares de alegría y de tristeza, de esperanza y pesimismo: los deseos más vehementes de volver a vernos... ¡1 de abril de 1937! ¡Qué triste, qué horrible!”

No tiene dinero, ni documentación alguna. Afortunadamente algunos viejos amigos socialistas, como Alfonso Turmo, le prestan su apoyo en esta situación, en la que se entrecruzan odios, ideales y banderas de diversos colores; aunque hay dos colores que acaban imponiéndose en la guerra: el negro de la muerte y del fanatismo; y el rojo de la sangre y de la violencia.

Alvira no se desmorona; demuestra su coraje y su fortaleza interior, y cuando la esposa de un amigo suyo, preocupada por la suerte de un pariente, que se había alistado en la columna de Valentín González, El Campesino, le pide que la acompañe, desafía el riesgo y va con ella hasta el Cuartel General, donde habla con El Campesino en persona, que les asegura que aquel hombre se encuentra bien.

Una tarde, el 1 de septiembre de 1937, conoce en la pensión a un hombre de unos 35 años, vestido con un mono gris de trabajo, extraordinariamente delgado, cosa frecuente, por otra parte, en aquellos momentos de escasez de alimentos. Es sacerdote, y se ve obligado, en aquel clima de feroz persecución religiosa, a vestir de paisano; se llama Josemaría Escrivá. Es el fundador del Opus Dei. 

—¿Dónde vas? –le pregunta Escrivá.

—Donde usted vaya —le responde Alvira.

Y le abre su alma con plena confianza, mientras caminan cerca de la verja del Retiro. Llegan a la calle Ayala, pasando por Alcalá y Serrano. En este paseo breve, pero decisivo, Alvira comienza a comprender que ésa la misión de su vida, la voluntad de Dios para él: entregarse plenamente a Dios en el matrimonio. Ése es su modo específico para hacer la Iglesia, para ser santo. Esa es su vocación; su don y su tarea en este mundo.

Alvira fue la primera persona que se propuso vivir el ideal cristiano en el matrimonio según el carisma del Opus Dei. Luego vinieron miles de personas de los cinco continentes, pero durante muchos años tuvo que caminar en solitario. Para dar ese paso se necesitaba mucha confianza en Dios; tanta como generosidad, temple y coraje para abrir brecha. Alvira supo tenere ese coraje, ese temple y esa generosidad, porque sabía que esa brecha daría paso a una amplia avenida de santidad para los cristianos.

Poco después de este encuentro, Alvira decide atravesar los Pirineos a pie junto con Escrivá y otros fugitivos, para reunirse con su familia, que ha quedado en la otra parte de España. 

En 1939, cuando termina la guerra, comienza a trabajar en un Instituto de Gijón. Se casa al fin, el 16 de junio de 1939, con Paquita en la iglesia de San Gil de Zaragoza. Ese mismo año empieza a dar clases en el Ramiro de Maeztu, donde conocerá, con el paso de los años, a un profesorado excepcional: Gerardo Diego, Rafael Lapesa, Antonio Millán Puelles, Valentín García Yebra, Guillermo Díaz Plaja, el Nobel Vicente Aleixandre...

En 1942 se encuentra el dato más exótico de su curriculum docente: es nombrado Jefe de estudios del hijo del Jalifa de Marruecos, Muley El-Medhí. Es un tiempo de estudio intenso. Prepara su tesis doctoral en el Instituto de Edafología y en 1945 obtiene en propiedad la cátedra de Instituto de Ciencias Físicas Naturales. En 1950 es nombrado Director del Colegio de Huérfanos de la Guardia Civil, donde pone en práctica sus teorías pedagógicas, ajenas a cualquier tipo de clasismo y discriminación. Participa luego en la creación de Fomento de Centros de Enseñanza, y sigue como pionero, siempre en punta de lanza, hasta el final de su vida profesional: desde 1973 a 1976 es Vicedirector del Centro Experimental del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense; y luego, Director de la Escuela Universitaria de Fomento de Centros de Enseñanza.

Libertad, autonomía, afán de saber. Su pedagogía se opone frontalmente al conservadurismo y las rigideces. Pero, ¿cuál es el secreto, la médula esencial de Alvira como educador? Como les sucede a tantos grandes educadores, es difícil reducir la pulpa íntima de su pedagogía a un método o a un esquema. Era una mezcla de comprensión y profundo respeto hacia el alumno, en perfecto equilibrio con la exigencia. 

Alvira consiguió algo más difícil todavía: conjugar esa exigencia y ese respeto con un afecto y un cariño auténtico por sus alumnos. Eso explica esta aparente paradoja: la mayoría de sus discípulos destacan en él su ternura, y afirman al mismo tiempo que era un hombre de carácter fuerte. Fortaleza y ternura; exigencia y cariño: posiblemente éste era su secreto.

Por lo demás, su vida no tuvo grandes avatares, salvo ese momento angustioso en los Pirineos y alguna desgracia familiar, como el fallecimiento del primero de sus hijos por enfermedad. Su existencia estuvo llena de días corrientes; de eso que los franceses llaman petite histoire.

Una de las grandes aventuras que emprendieron Tomás y Paquita fue la de tener nueve hijos en catorce años: José María, Teresa, Rafael, Pilar, Nieves, Marian, Tomás, Isabel y Conchita, a los que se esforzaron por dar una profunda educación humana y cristiana. 

Tomás Alvira, que murió el 7 de mayo de 1992 a consecuencia de un doloroso proceso cancerigeno...

Acabo con la dedicatoria le escribió a su esposa —que falleció en 1994— en el reverso de una fotografía, el día de su ochenta aniversario:

¡80 años!

Sin ti, sin tu ayuda callada
no hubiera llegado a esta edad en plena juventud.
Al mirar hoy hacia atrás –sólo por un momento-
te veo a ti y nuestros nueve hijos.
¡Cuánta felicidad nos ha dado Dios!


Entrada en Wikipedia:

Web con su nombre, aunque no todo es de él. Es peruana:

Conferencia: Calidad de la educación = calidad del profesor:

Conferencia de Rafael Alvira sobre su padre: Vivir la educación:

Hoja informativa sobre la causa de su beatificación, junto con su mujer:
Libro sobre él y su mujer:

Este mismo libro se puede leer on-line en google-books:

Biografía suya, para leer en google-books:

El proceso de beatificación de su mujer y suyo se abrió en Madrid en 2009

Esta es una oración para la devoción privada:

Dios Padre, que llenaste de gracia a tus siervos Paquita y Tomás, para que vivieran cristianamente su matrimonio y sus obligaciones profesionales y sociales, envíanos la fuerza del Amor para saber difundir en el mundo la grandeza de la fidelidad y de la santidad matrimonial. Dígnate glorificar a tus siervos y concédeme por su intercesión el favor que te pido...

(Pídase).

Así sea






4 comentarios:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo como se puede ver en mi participación en las "memorias de 5º B.
    Creo que hay que ser tolerantes y no descalificar totalmente a una persona por sus simpatías religiosas.
    Julia López Gómez, Navarro Latorre y Alvira fueron los profesores mejores que he tenido en el Ramiro.

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  2. Yo recuerdo perfectamente esas prácticas que describe Cornelio. No se hacían entonces en ningún instituto de Madrid. Sus clases amenas y muy comprensibles. Su buena sintonia con los alumnos...

    Por cierto que no hubo la más mínima alusión a la Religión en ellas. Yo me enteré de su pertenencia a la obra mucho después.

    A mi me aficionó a la biología y también me hice con un microscopio de revolver para mis prácticas caseras.

    Fue uno de los mejores profesores que tuvimos

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  3. Yo tengo muy buenos recuerdos de él.

    Nos eligió - en Preu- a Jose Ignacio López Alonso (qepd), Pablo Recio y a mí para preparar un trabajo nada menos que para la UNESCO. Tratamos de corresponderle haciéndolo lo mejor posible y nos tiramos muchas horas de laboratorio (coincido con Cornelio en lo de los experimentos, de los que aún guardo algún dibujo - ver mi blog).

    Sé que me tenía afecto y recuerdo que se empeñaba en convencerme que me dedicase a la medicina, pero mi vocación aeronáutica pudo más y no le hice caso...

    Un buen profesor y una gran persona; así le recuerdo. No conocía más de su biografía, como bien nos la cuenta Alberto, pero me encaja con su personalidad en el poco tiempo que le conocí. Al final, con o sin connotaciones religiosas, pues eso, simplemente un gran profesor y una excelente persona.

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  4. Muy buena la ampliación de Alberto. Yo creo que fue un hombreo honesto entregado a su trabajo y a los demás y que nos enseñó lo que sabía, con cariño y nos preparó para ser buenas personas en el futuro que nos esperaba. DEP

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